Las conductas violentas son alarmantemente comunes en nuestra sociedad y se consideran un problema de salud pública. Estas van desde el abuso doméstico hasta el homicidio y crimen en las calles. ¿Qué mueve a los seres humanos a dañar a otros familiares o a extraños? ¿Cómo pueden estos impulsos y acciones prevenirse o controlarse? Algunas preguntas que la neurociencia intenta responder son: ¿cómo una conducta adaptativa, como la agresión, se puede convertir en violencia?
La agresión ha sido definida como una conducta adaptativa que puede ser regulada por reforzamientos y cuyos objetivos inmediatos son ayudar a la supervivencia de la especie (Ostrosky, 2011). La que es extrema, injustificada y no aprobada socialmente es considerada como violencia: una agresión hipertrofiada que tiene como objetivo dañar a otros individuos, a objetos o a uno mismo.
La agresión es innata, la violencia se aprende; es más común en los humanos que en otros mamíferos. Ha estado presente durante la historia de la humanidad y actualmente se ha incrementado. Sin embargo, la violencia es un problema mundial y es fuente de inseguridad en las comunidades. De ahí la importancia de comprender qué contribuye a incrementar la predisposición a la violencia, para así poder trabajar en la prevención y en los métodos de regulación. Distintas áreas dentro de la neurociencia se han enfocado en el estudio de la violencia y las conductas antisociales, y coinciden en que la mayor parte de los criminales presentan trastorno antisocial de la personalidad o psicopatía (Dolan y Park, 2002; Blair, 2007). […]
El objetivo de este número es presentar revisiones actualizadas sobre la psicopatía, sus características neuropsicológicas, la empatía, los efectos culturales y la victimología.
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Dra. Feggy Ostrosky
DOI: https://doi.org/10.57042/rmcp.v9i27
Publicado: 2025-09-23