La psicopatía y su relacióncon la empatía cognitiva y afectiva

Psychopathy and Its Relationship to Cognitive and Affective Empathy











|  Angélica Luján Martínez  |

Licenciada en Psicología por la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, ayudante de investigador en el Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Correo electrónico: angie.jb.btr@gmail.com

orcid: https://orcid.org/0009-0004-6366-1137

La psicopatía y su relacióncon la empatía cognitiva y afectiva

Psychopathy and Its Relationship to Cognitive and Affective Empathy


Angélica Luján Martínez

Facultad de Estudios Superiores Zaragoza



Revista Mexicana de Ciencias Penales /  Número 27 /  Año 9   septiembre-diciembre 2025

  Paginación de la versión impresa: 23-44

Psicopatía: biología y cultura

  Recepción: 20/05/2025

  Aceptación: 20/08/2025

  DOI: https://doi.org/10.57042/rmcp.v9i27.938

e-ISSN: 2954-4963

creative  Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución 4.0.


Resumen

La empatía es una capacidad compleja con componentes afectivos y cognitivos, esencial para la interacción social y el comportamiento prosocial. Su desarrollo comienza en la infancia y depende de factores biológicos, relacionales y contextuales. Al distinguir entre empatía cognitiva y afectiva, este artículo ofrece claves para entender cómo los psicópatas pueden comprender emociones sin sentirlas, lo que facilita conductas manipuladoras y violentas; esto es crucial para comprender el origen de conductas antisociales, mejorar el diagnóstico clínico y desarrollar intervenciones más eficaces, aunque su aplicación terapéutica en psicópatas aún enfrenta importantes limitaciones.

Palabras clave

Empatía, empatía afectiva, empatía cognitiva, psicopatía, conductas antisociales.


Abstract

Empathy is a complex capacity with both affective and cognitive components, which are essential for social interaction and prosocial behavior. Its development begins in childhood and depends on biological, relational, and contextual factors. By distinguishing between cognitive and affective empathy, this chapter offers clues to understand how psychopaths can understand emotions without feeling them, facilitating manipulative and violent behaviors, which is crucial to understand the origin of antisocial behaviors, improve clinical diagnosis, and develop more effective interventions. However, its therapeutic application in psychopaths still faces important limitations.

Keywords

Empathy, affective empathy, cognitive empathy, psychopathy, antisocial behaviors.


Sumario

I. Introducción. II. Empatía cognitiva y afectiva. III. Empatía en el cerebro. IV. Empatía y psicopatía. V. Conclusiones. VI. Bibliografía.


I. Introducción


El término empatía fue introducido en 1909 por el psicólogo Edward Titchener y ha cobrado cada vez más importancia en la investigación, debido a que es un aspecto fundamental en las relaciones humanas, pues de esta depende el desarrollo de diversas competencias sociales a lo largo de la vida (Allemand et al. 2015). Biológicamente, es producto de la evolución, que ha moldeado el cerebro humano para ser sensible y receptivo a los estados emocionales de los demás, especialmente de los círculos más cercanos, como la familia, la descendencia y los miembros del propio grupo social. El proceso empático está conectado a mecanismos fisiológicos y neurohormonales asociados con la comunicación emocional, el apego social y el cuidado parental que están presentes entre todas las especies de mamíferos. Sin embargo, en los seres humanos, la capacidad de empatía se ve enriquecida por el lenguaje, por los procesos de la teoría de la mente, el funcionamiento ejecutivo y las normas y valores sociales (Decety et al., 2012).

Históricamente, la empatía se ha conceptualizado de muchas maneras y en la literatura se pueden encontrar diferentes definiciones; estas se refieren a procesos psicológicos distintos que varían en su función, fenomenología, mecanismos biológicos y efectos en la cognición social y el comportamiento (Coplan, 2011). Es considerada un constructo psicológico multidimensional; se podría definir como la habilidad para comprender y compartir el estado emocional de otra persona (Cohen y Strayer, 1996) y para reaccionar a sus emociones y a sus experiencias; también, como la motivación para el cuidado y los comportamientos prosociales.

La capacidad de comunicar las emociones es esencial para establecer el entendimiento y las relaciones sociales, y está basada principalmente tanto en la transmisión como en la decodificación de la expresión emocional. Esto quiere decir que el proceso empático no es una operación unidireccional en la que alguien percibe y procesa las señales emocionales de otra persona, sino que resulta de un proceso mutuamente impulsado entre personas; es decir, el yo y el otro son simultáneamente emisor y receptor (Main et al., 2017). Hay evidencia que muestra que su desarrollo está influido en parte por predisposiciones genéticas y temperamentales (Cornell y Frick, 2007; Knafo et al., 2008).

En individuos con un desarrollo típico, la empatía tiende a madurar a lo largo de la infancia y hasta la adolescencia (Allemand et al., 2015), a medida que aumentan las capacidades para desarrollar la teoría de la mente y la toma de perspectiva. En estudios con bebés, se ha observado que la capacidad empática emerge en el primer año de vida (Liddle et al., 2015), incluso los procesos simples de desarrollo de la empatía se producen antes que los de la capacidad verbal (Tousignant et al., 2017), como el llanto reflexivo y las respuestas prosociales a la angustia de los demás en la primera infancia.

Para el desarrollo óptimo de la empatía, la crianza positiva desde etapas tempranas en donde se forma un apego seguro, que se caracteriza por relaciones de confianza, reconfortantes y cercanas, hasta el uso de estilos disciplinarios constructivos, son fundamentales (Trivedi-Bateman y Crook, 2022). Esto se ha observado en un estudio de Kim y Kochanska (2017), en el que se encontraron pruebas de la relación entre la empatía y la seguridad entre padres y sus hijos de tan solo 14 meses de edad.

Por esto, se ha teorizado que un apego seguro entre el cuidador y el niño a lo largo de la infancia y la adolescencia fomenta el compromiso de los individuos con el lenguaje y las capacidades emocionales, como la autorregulación, que permite que los individuos practiquen y desarrollen la comprensión emocional y la empatía (Stern y Cassidy, 2018).

En el caso contrario, dada la influencia de los comportamientos del cuidador y la relevancia de la relación cuidador-niño en el desarrollo de la empatía, es de vital importancia considerar los casos en que estas condiciones relacionales típicas se alteran, fallan o faltan, como en contextos de maltrato infantil (Cicchetti y Valentino, 2015).

La investigación previa sobre maltrato y empatía ha sido escasa, pero los pocos estudios hasta la fecha apuntan a asociaciones entre experiencias de maltrato infantil y déficits de empatía en niños (Ardizzi et al., 2016) y adolescentes (Yu et al., 2020). Un estudio de niños en edad escolar observó que los antecedentes de maltrato se asociaban con niveles más bajos de imitación facial de emociones negativas (Ardizzi et al., 2016). Sumado a esto, varios estudios han observado reducciones en el comportamiento prosocial como consecuencia del maltrato infantil, que puede derivarse de niveles más bajos de empatía (Yu et al., 2020). También, la falta de respuesta y el comportamiento inconsistente de los padres pueden impedir la formación de vínculos de apego seguro, lo que trae como consecuencia la obstaculización en el desarrollo de la empatía (Heynen et al., 2021).

Aunado a esto, el apego inseguro y ansioso está relacionado a una mayor angustia personal, lo que se puede considerar una forma inadaptada de empatía (Joireman et al., 2002).

En conclusión, es definitivo que el estilo de apego con los padres tendrá efectos duraderos sobre la capacidad empática en la edad adulta, e implicaciones para el comportamiento futuro.

También las influencias sociales externas, que van más allá de la relación con los padres, son importantes para un desarrollo exitoso de la empatía. Específicamente, se ha encontrado que, en la adolescencia, este proceso se asocia más fuertemente con la calidad de las relaciones entre iguales dentro del entorno escolar, que a la de las relaciones con los padres (Boele et al., 2019). De igual manera, se destaca la importancia de las experiencias escolares positivas. El éxito escolar puede fomentar un mejor sentido de sí mismo, lo que puede fortalecer la moralidad y desarrollo de la empatía, que se considera multidireccional, y dependiente del contexto, por lo que las capacidades empáticas individuales cambian constantemente a lo largo de la vida y en diferentes escenarios (Wieck y Kunzmann, 2015).


II. Empatía cognitiva y afectiva


La empatía es considerada un constructo multidimensional de dos componentes: los procesos cognitivos y los afectivos, que operan conjuntamente y que deben ser vistos como factores subyacentes que contribuyen a la expresión del comportamiento empático (Rijnders et al., 2021).

El componente cognitivo se define como la capacidad para sentir las emociones del otro, de inferir los estados mentales de los demás o adoptar cognitivamente su perspectiva. Estas inferencias pueden estar relacionadas con el contenido cognitivo (por ejemplo, comprender pensamientos, intenciones o creencias), así como contenido emocional (inferir lo que otra persona está sintiendo) (Corradi-Dell’Acqua et al., 2020; Tesar et al., 2020). “La toma de perspectiva, que es un dominio de este componente, implica ponerse mentalmente en el lugar de la otra persona para comprender sus pensamientos y sentimientos”, y en esta se involucran diversos “procesos como la imaginación, la memoria autobiográfica y el pensamiento futuro”. “Otro de sus dominios es la teoría de la mente, que implica detectar con precisión los estados mentales de los demás” (Beadle y De la Vega, 2019, p. 2).

La empatía afectiva se define como la capacidad de ser sensible a los estados emocionales de otras personas y vivirlos indirectamente; además de reaccionar al dolor ajeno sintiendo emociones iguales o similares a las del otro. Una persona puede experimentar compasión o simpatía en respuesta al sufrimiento de otra persona, lo que constituye un subdominio de la empatía emocional, denominado preocupación empática (sentimientos orientados hacia los demás), como resultado de poner en marcha las propias capacidades de regulación emocional con el fin de reducir los niveles de emociones negativas que se experimentan al ver el dolor del otro.

Por el contrario, cuando un individuo no es capaz de regular sus emociones vicarias negativas al observar el dolor ajeno, aparece la angustia personal (sentimientos de malestar orientados hacia uno mismo) (Grynberg y Konrath, 2020; Israelashvili et al., 2020), otro subdominio de este tipo de empatía.

En un modelo integrador cognitivo-afectivo, se postula que la reacción de empatía afectiva es una función de tres factores componentes: a) la capacidad cognitiva para discriminar las señales afectivas en los demás; b) la habilidad cognitiva más madura que implica asumir la perspectiva y el papel de otra persona; y c) la capacidad de respuesta emocional, es decir, la capacidad afectiva para experimentar emociones (Feshbach, 1997). En este modelo, la capacidad de diferenciarse de los demás es un requisito fundamental.

En estudios realizados en diferentes grupos de edad, se observó, por ejemplo, que, al comparar adolescentes y adultos jóvenes con adultos mayores, los niveles de empatía afectiva son similares, si no superiores, en los adultos mayores (Beadle y De la Vega, 2019). Sin embargo, en los individuos mayores de 60 años, se produce un proceso de deterioro cognitivo que conduce a déficits específicos en la empatía cognitiva y a un funcionamiento social debilitado (Khanjani et al., 2015).

Así, la evidencia apoya que la capacidad empática se desarrolla continuamente a lo largo de la vida y no se limita a la infancia y la adolescencia, aunque estos periodos son importantes (Allemand et al., 2015). Su desarrollo en la infancia no es automático; va a estar influido por diversos factores, uno de los más importantes es la maduración progresiva de los circuitos cerebrales y las representaciones neuronales construidas a través de interacciones con el entorno social (Panfile y Laible, 2012).


III. Empatía en el cerebro


En el estudio de la empatía, la conducta y los circuitos cerebrales implicados, destaca la resonancia magnética funcional, la cual ha demostrado que presenciar las emociones de

otros desencadena activaciones neuronales en regiones cerebrales (la ínsula y la corteza cingulada), que normalmente se asocian con sentir emociones similares (Bastiaansen et al., 2009; Lamm et al., 2011). Por otra parte, presenciar lo que otros hacen y sienten activa las cortezas motora y somatosensorial (Caspers et al., 2010; Keysers et al., 2010; Pineda, 2008).


IV. Empatía y psicopatía


La psicopatía es un trastorno de personalidad asociado a una profunda falta de empatía (Hare, 1991) y elevada agresividad reactiva e instrumental. Se ha demostrado que la empatía influye en la predicción de diversos rasgos y comportamientos humanos, incluida la delincuencia (Trivedi-Bateman, 2021).

Durante los últimos 15 años, los investigadores han hecho esfuerzos por descifrar la relación de la empatía con la criminalidad (Posick et al., 2014) y los hallazgos han sido contrastantes. Por ejemplo, en un estudio se encontró que un proceso empático débil está vinculado a un mayor comportamiento antisocial y al incumplimiento de reglas, así como al comportamiento delictivo (Bach et al., 2017; Trivedi-Bateman, 2021). Mullins-Nelson y colaboradores (2006) encontraron una relación negativa entre los componentes afectivos de la empatía y la psicopatía, mientras que la capacidad de toma de perspectiva (es decir, una parte cognitiva de la empatía), no era diferente ni en psicópatas ni en no psicópatas. Por otra parte, Fonagy (2003) postuló que los adultos que carecían de la capacidad de inhibir la conducta violenta presentaban una mentalización perturbada o ausente, es decir, la capacidad tanto de reconocer como de atribuir estados mentales a otros en diferentes situaciones. Aunque la mentalización incluye partes cognitivas de la empatía, no se ha podido establecer que los individuos psicopáticos presenten una alteración generalizada en este componente.

A partir de estos hallazgos, se ha argumentado que la psicopatía debería ser clasificada como un trastorno de la empatía, basado en el hecho de que existe un alto número de psicópatas implicados en crímenes violentos, lo que refleja no solamente el fuerte vínculo entre los rasgos psicopáticos y el comportamiento agresivo, sino también un funcionamiento empático ineficaz o inexistente (Soderstrom, 2003). Sin embargo, es importante destacar que:


[…] aunque los déficits de empatía juegan un papel central en el constructo de la psicopatía, […] no todos esos déficits son idénticos a todo el fenómeno psicopático. Como vimos en el capítulo sobre psicopatía, este trastorno está caracterizado por problemas comportamentales, cognitivos y afectivos, que van más allá de los déficits de empatía por sí solos. (Rijnders et al., 2021)


Se ha encontrado que los psicópatas tienen pocas o ninguna respuesta afectiva relacionada con la empatía, mientras que simultáneamente su procesamiento cognitivo no está siendo perturbado (James y Blair, 2007; Richell et al., 2003).

Esto se podría explicar, ya que, a través de la presencia de un “falso interés y motivaciones antisociales, los psicópatas pueden excluir las partes afectivas y, en su lugar, solo utilizar las partes cognitivas de la empatía, como, por ejemplo, mostrando conciencia emocional, para lograr lo que quieren” (Rijnders et al., 2021, p. 1121), pues no se sienten agobiados por las consecuencias de sus acciones hacia los demás como causar miedo, angustia o tristeza. Es evidente que, en estos casos, “nunca se logrará un procesamiento empático maduro”, sino solo superficial (Rijnders et al., 2021, p. 1121).

A partir de esto, se ha sugerido que su escaso comportamiento empático podría deberse, en parte, a déficits en el procesamiento de la información emocional facial, aunque existen debates sobre si estos déficits se derivan de un procesamiento deficiente innato de la amígdala o de la incapacidad de prestar atención a estímulos afectivos específicos. De acuerdo con Dadds y colaboradores (2011), la disfunción en la amígdala está asociada con la capacidad disminuida de los psicópatas para detectar y atender a la región ocular humana y la expresión facial en general.

Otros estudios arrojan que los individuos psicopáticos muestran una reducción de las respuestas fisiológicas, de la señal dependiente del nivel de oxígeno en sangre (bold) y de la electroencefalografía (Cheng et al., 2012) a los estímulos emocionales sociales; reconocen las emociones con menos precisión a partir de voces o rostros (Blair et al., 2002, 2004; Hastings et al., 2008; Kosson et al., 2002); son menos propensos a atribuir culpa al protagonista de las historias (Blair et al., 1995), y tienen una respuesta bold más débil en sus cortezas premotora y somatosensorial primaria.

También en un estudio realizado en individuos con psicopatía en comparación con los sujetos controles, se observó “una amplia red con activaciones reducidas, incluyendo regiones del lóbulo temporal, insular, parietal y frontal” (Meffert et al., 2013).


V. Conclusiones


Sin embargo, a pesar de varios estudios neuropsicológicos y de neuroimagen, la literatura existente sobre la anatomía y disfuncionalidad de la amígdala de los psicópatas sigue siendo poco concluyente. Una explicación a esto podría ser que la amígdala de un psicópata es menos reactiva a eventos emocionales, lo que a su vez conduce a un comportamiento emocionalmente insensible, y, por lo tanto, bloquea la construcción de un comportamiento empático maduro. (Rijnders et al., 2021, p. 1122).

Las diversas investigaciones realizadas en psicópatas aún no han resuelto del todo el cuestionamiento de qué mecanismo preciso explica el mal funcionamiento empático observado. No se sabe si debería considerarse como un rasgo “defectuoso” y, por tanto, por definición, difícil de cambiar, o incluso resistente a las intervenciones terapéuticas, o, por otra parte, como un proceso dinámico dependiente del estado, que sí podría alterarse mediante psicoterapia o farmacoterapia. Si se considera así, entonces se asumirá que las intervenciones terapéuticas, por ejemplo, las enfocadas en procesos atencionales y motivacionales, contribuirán a la mejora del funcionamiento empático de los psicópatas. (Rijnders et al., 2021, p. 1117).


Aunque se han llevado a cabo numerosas intervenciones de empatía con la población general en contextos no criminológicos, y han mostrado su éxito tanto en niños (Grazzani et al., 2016; Wu et al., 2020), como en adolescentes y adultos (Leppma y Young, 2016), a pesar de producir aumentos significativos de la empatía con una variedad de metodologías, en grupos de delincuentes, psicópatas y población antisocial, se han llevado a cabo menos programas, por lo que no se sabe de su efectividad. Sin embargo, los investigadores insisten en que es necesario tener mucho cuidado al diseñar intervenciones para estos grupos de la población.


VI. Referencias


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